Bohemia vida de artista en las fábricas
Bohemia vida de artista en las fábricas
by Sonia Fernández Pan
(BCN Week Vol 1, No 83 | February 11, 2010)
Hace varias décadas el adjetivo “bohemio” era un epíteto que se relacionaba automáticamente con el artista y sus costumbres vitales. Así como la nieve tiende a ser blanca en todas partes, el artista era bohemio aunque no habitase en París. Este artista se definía por una forma de trabajo totalmente integrada en su modus vivendi dentro de un régimen existencial justificado por conceptos como la creatividad y la pasión. Pues bien, en el calendario presente, ser bohemio ya no equivale a ser artista –los artistas de ahora suelen ser más bien precarios– gracias a la diligente asimilación que nuestra actual cultura laboral ha hecho del término. Los bohemios de esta época, caracterizada por el prefijo “post”, son los empresarios y sus asalariados: son creativos, apasionados, se implican y dejan que el trabajo se instale en todos sus espacios vitales. Cuando uno trabaja de lo que “le gusta” corre el riesgo de no dejar de trabajar nunca...
Pero la relación entre lo artístico y lo laboral se complica un poco más. El museo de principios de siglo XXI se concibe como fábrica y va nutriéndose de toda una serie de espacios que consiguen que el matrimonio entre arqueología industrial y arte contemporáneo esté en plena luna de miel (la Tate Modern en Londres, el Palais de Tokyo en París, el distrito 798 en Pekín, el Santralistambul en Estambul y un largo etcétera). Rascando un poco más, uno se da cuenta de que este interés compulsivo de las políticas culturales por hacer de las fábricas lugares para la exhibición y producción de arte no es tan inocente y altruista como pretende aparentar. La cultura se utiliza como herramienta para acompañar toda una serie de intereses y procesos urbanos y los artistas son los encargados de sostener esta nueva economía productiva. Una bienal por aquí, un centro de arte contemporáneo por allá, una ciudad de la cultura más abajo...
Algo que me provoca cierta urticaria intelectual es la facilidad que tiene la cultura politizada, perdón, política cultural, para presentar algo viejo como la última primicia. Quizá dentro de unos años nos digan que Los Encants suponen el último grito en cuanto a sistema de compra-venta o que la ópera es mucho más “in” que la música electrónica. Algo así sucede al leer el Plan Estratégico de Cultura de Barcelona, programa con funciones varias que pretende que esta ciudad –lograda ya su misión de ser una marca dentro del contexto internacional– ¡sea un laboratorio! Si nos adentramos un poco en el significado del término, hallamos unas características bastante interesantes y que esclarecen la situación un poco más: el buen funcionamiento de un laboratorio se define por el control y la normalización a la hora iniciar cualquier tipo de investigación.
Este innovador plan se ocupará de “ampliar la base creativa de la ciudad, en todos los ámbitos de la expresión artística y del pensamiento (...) para un mejor desarrollo cultural de la ciudad”. Como uno de sus proyectos específicos están las Fábricas para la creación, una apuesta que pretende crear una red de espacios dentro de los diversos ámbitos artísticos. Expone este decálogo de buenos propósitos, además, que se ubicarán “en recintos industriales en desuso, como la Fabra i Coats (Sant Andreu) o La Escocesa (Poblenou)”. Se olvida el ayuntamiento de dos cosas: de que su maravilloso plan no sugiere nada que no haya sido ya iniciado previamente con cierta autonomía de las políticas culturales y de que la Escocesa no está en desuso.
La utilización de La Escocesa como centro de producción artística data ya de 1999. Desde entonces, el esqueleto de esta fábrica decimonónica de productos químicos para la industria textil ha servido como punto de encuentro entre numerosos artistas visuales de la ciudad, al lado de otros espacios similares que vieron en el Poblenou la oportunidad de implantar espacios dedicados a la creación artística. Hasta que llegaron el 22@ y sus transformaciones urbanas. En 2006, la empresa inmobiliaria Renta Corporación compró La Escocesa con la original idea de construir oficinas y lofts. Tras un desalojo total del espacio en 2007, la situación se recuperó un poco gracias al plan de renovación de la fábrica, calificada como Patrimonio Industrial. Esto significaba que dos de las naves del complejo –las que conforman los actuales talleres– se dedicarían al uso público. Hasta llegar al presente Plan Estratégico del Ayuntamiento de Barcelona, que convocará un concurso público para definir la gestión definitiva de La Escocesa. De momento, este espacio artístico con 2400m2 del Poblenou se autogestiona bajo la tutela de la Associació d’Idees EMA , quien podría verse obligada a ceder la administración de la fábrica si el fallo de dicho concurso público al que optan no se resuelve a su favor. Pero como la esperanza es lo último que se pierde (o eso nos han hecho creer) La Escocesa sigue con su funcionamiento basado en la autogestión y numerosos planes futuros: integrarse en una red de galerías y centros expositivos para dar a conocer la producción de sus artistas; trabajar en red con otros centros para la utilización y obtención de material, la creación de un intercambio entre artistas de diferentes espacios nacionales e internacionales; facilitar información sobre convocatorias y becas (los motores actuales del arte) y seguir suministrando espacios considerablemente grandes y económicos como talleres dentro de una ciudad de alquileres imposibles.
Todo el trabajo que se desarrolla dentro de La Escocesa corre a cargo de la Associació d’Idees EMA que, lejos de ser un organismo abstracto, es una agrupación sin ánimo de lucro en la cual 11 personas (10 artistas de la fábrica y una gestora cultural) se ocupan de la gestión de todo el espacio. Los ingresos que se obtienen con el alquiler de los talleres se dedican a los gastos que generan La Escocesa y su mantenimiento. Sin embargo, el artista que quiera reducir el precio de su alquiler puede realizar horas de trabajo comunitario con el fin de mejorar las instalaciones comunes.
La Associació d’Idees EMA se ocupó en 2008 de la limpieza del espacio fabril y de las diversas tareas de acondicionamiento, resultando La Escocesa que conocemos actualmente y que permite la entrada de nuevos artistas mediante un sistema de convocatorias públicas. Es decir, que La Escocesa no es sólo una vieja fábrica en el Poblenou, sino el trabajo conjunto de todas las personas que hacen posible su existencia como centro de creación dentro de un paisaje urbano en el que las fábricas del siglo XIX van cediendo territorio a los hoteles y las oficinas del siglo XXI.
No tengo nada en contra de que se implementen espacios para el arte y sus derivados en Barcelona. Lo que resulta cuestionable son los modos de actuación oficiales en esta ciudad caracterizada por brillantes mentes en el ámbito de la publicidad y las operaciones que camuflan todos esos buenos propósitos del Ayuntamiento. Si La Escocesa ha sabido mantenerse a flote hasta el momento, debería tenerse en cuenta su trayectoria a la hora de secundar ese revolucionario Plan Estratégico. Pero, parafraseando a Michel de Certeau, contra la estrategia siempre nos queda la táctica. Habrá que hacer, entonces, un plan táctico de cultura. La Escocesa parece ya tener el suyo que, además de incluir todas los proyectos futuros, demuestra que es posible trabajar desde la autogestión y desde una ética laboral que perdura en el actual sistema económico cultural como una rara avis.